lunes, 21 de septiembre de 2015

Provocado por la carretilla

Me he comprado una carretilla, una de esas de aluminio plegables, de las que escondes debajo de la cama o del sofá cuando no las usas. La compra de la carretilla supone el reconocimiento de que tu vida es un desastre y de que cualquier día vas a tener que recogerlo todo en cuatro o cuarenta cajas y meterlo en una furgoneta de alquiler para ir a quién sabe dónde.

Y lo peor es que cuando estás empaquetando tu vida sabes que no será la última vez aunque te gustaría, como cuando te caes de la bici; te gusta pensar que será la última caída, que ya llevas suficientes, que has cubierto el cupo de caídas pero no, siempre es la penúltima. Cuento en mi haber con siete mudanzas en los últimos ocho o nueve años. Y sé que la última, que fue la más dura, no será la última.

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