Tuve al caminar por la Puerta del Sol el otro día una especie de melancolía prematura, esa extraña sensación de que era una de las últimas veces que la pisaba con regularidad y recordé la primera vez que aterricé en ella, el primer bar al que entré y el trozo de pizza que compré a las tantas de la madrugada en aquella esquina en ese primer viaje, cuando quedamos y aparecí como un pincel, cuando quedé con ella para donar sangre y al final doné yo solamente y nos tomaron por novios aunque no lo éramos, la ballena como punto de partida, los mariachis, la inauguración de la tienda oficial de Apple, las veces que la crucé para ir a Lavapiés, las veces que la vi abarrotada durante el 15M, la emoción del primer grito mudo.
Empecé a pensar en los dos o tres museos que al final no he visitado todavía por pereza, hice acopio de películas y música en la Fnac de Callao porque ahora no tendré una a menos de 130 kilómetros de casa y el invierno es muy largo. Y tenía la sensación de que tenía que aprovechar los últimos días, compaginar las cajas de la mudanza con las últimas obras de teatro, con los últimos conciertos, con los últimos helados de Sani Sapori.
Y se me ha pasado el verano entre idas y venidas y ahora que ya no estoy en Madrid no tengo la sensación de haberme ido todavía. No me sentí como un extraño cuando llegué y ahora no me acabo de creer que la haya dejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario