LA PUERTA
- ¡Mamá! La puerta no se abre.
- ¿Empujado bien? Espera que
vuelvo apretar interfono. ¿Ahora? ¿Ya abrir?
- No, no puedo abrir.
- Ahora bajo. No muevas.
- ¿Qué te pasa Rachid? ¿No
tienes llaves? ¿No está tu madre en casa?
- Sí señora, mi madre está pero
no se abre la puerta desde el telefonillo.
- A ver, déjame guapo, voy a
probar con mi llave. Pues nada, que no gira. Pues estamos buenos… Seguro que
han sido los borrachos del segundo, estos sudacas habrán llegado a las tantas
como una cuba y se les habrá roto la llave dentro de la cerradura. A ver,
déjame mirar. Pues no se ve nada dentro. ¡Qué raro!
- Mire, mi madre ya ha bajado.
- Bueno, pues ella nos abre
desde dentro y arreglao.
- ¡Hola! No abrir. Botón verde
y no abrir. No ruido tampoco. No ruido. No abrir.
- Abre el cristal que no te
oigo salá. ¿Que no hace ruido? Se habrá jodío el cable y no hará
contacto. Pues hoy he salido de casa sin el móvil. Si no tienes la llave
aquí, ¿puedes subir a buscarla o llamar
a algún vecino para que pruebe con su llave por dentro? ¿O llamar a un
cerrajero?
- ¿A qué vecino yo llamar?
- Pues no sé, a ver, déjame
pensar, alguien apañao que pueda estar en casa a estas horas... Prueba
con el del cuarto primera, ¿o es cuarto segunda? ¡Será posible! Llevo treinta
años viviendo aquí y no soy capaz de aprenderme en qué piso vive cada uno.
Prueba con todos los del cuarto, alguien habrá.
- ¿Qué pasa? ¿No pueden entrar?
- Ni tú vas a poder salir me
temo. ¿Tienes llaves nena?
- No hace ruido, este botón no
funciona. No, no tengo llaves. Yo es que no vivo aquí, soy amiga de la vecina
del segundo y he venido a que me diera un masaje porque estoy fatal de las
cervicales por el estrés y tal. Pues yo tengo que salir…
- ¡Mira ésta! Y nosotros que
entrar.
- No lo entiende, es que hoy es
mi último día en el trabajo y no me gustaría llegar tarde. Bueno, tarde ya
llego, me gustaría llegar a secas.
- Ya, claro. Y a mí me gustaría
ver la novela y a este paso hoy me la pierdo. ¿Tienes móvil? Anda, llama a un
cerrajero, que la madre del chico ha ido a buscar a algún vecino pero por lo
que está tardando parece que no encuentra a nadie que esté por la labor de
bajar a echarnos una mano.
- ¿Qué pasa Fátima?
- Puerta rota, no entrar no
salir.
- ¿Qué? ¡Mi hija!, ¡la puerta!,
¡la boda!
- ¡Fernanda! ¿Tú tienes llaves?
¿Qué te pasa? ¡Fernanda, no corras que los escalones son muy traicioneros! ¡Qué
pronto tiene esta mujer!
- ¿Qué hacéis?
- Pues que no se puede entrar y
la chica que tiene Pilar para que la ayude no puede meter la compra y aquí nos
tienes, hemos llamado
por el interfono a Pilar para que bajase una bolsa de plástico y vamos traspasando
los productos de una bolsa a la otra a través de la ventanita esta como si fuéramos bobos.
- Verá señora yo me tengo que
ir ya.
- Que sí, que tú te tienes que
ir ya hija pero anda, coge las cebollas, que es un momento y entre todos no
tardamos nada.
- Es que me tengo que ir
ahorita.
- Que sí, que sí, ahorita,
ahorita mismo pero tú pasa las latas de atún antes, venga, que ya acabamos.
- ¡Hola!
- ¡Hola!
- ¿No entran?
- Ya nos gustaría. Tú eres el
novio de Ana, la hija de Fernanda, ¿verdad?
- Sí, ¿por qué no pueden entran?
- Nada, la puerta, que no abre.
Por cierto, ¿no os ibais a casar por estos días?
- Sí, hoy concretamente. Ahora entiendo el retraso, ahí baja Ana.
- Y yo cómo se ha puesto
Fernanda hace un rato.
- ¿Qué pasa? ¿No hay manera de
abrir la puta puerta? ¿Y tú qué haces aquí? ¿No sabes que da mala suerte ver a
la novia antes de la boda?, sale en todas las pelis.
- El cura se impacienta por
momentos.
- ¡Que le den por culo al cura!
Tendrías que preocuparte por mí y por nuestros invitados, ¿has llamado al
restaurante para decirles que a las tres no llegamos ni hartos de cristal?
- Ana, tenemos que hablar.
- Cari, no me gusta nada esa
frase, ¡eh! Me da muy mal rollito.
- Lo siento, de verdad que lo
siento pero acabo de darme cuenta de que esta puerta es como una metáfora, una
especie de metáfora de nuestra relación.
- Cari, no me jodas.
- ¿No lo ves? Estamos igual: yo
a un lado, con mis objetivos, mis preocupaciones, ocupándome de todo y tú al otro,
siempre con tus historias, en tu cuento y no sales de ahí. Tus problemas nunca
te dejan salir de ese laberinto y estás ahí encerrada todo el día, dándole
vueltas a lo mismo y hay algo en ti que no te deja avanzar.
- Cari, me cago en tu puta madre,
de verdad… No tenías otro momento, ¿no? Tenías que comerte la puta olla justo
ahora y mandarme a la mierda aquí, ¿verdad? Estarás orgulloso. No tienes ni los
huevos de dejarme en el altar siquiera.
- Ódiame Ana, ódiame como dice
la canción: “que tan sólo se odia lo querido”.
- Mira cari, me cago en ti, en
Bunbury y en Julio Jaramillo. ¡Imbécil!
- ¿Qué pasa?
- Buenas tardes señora
Angustias. Pues nada, que estamos encerrados. La puerta de la leche que no se
quiere abrir.
- ¡Vaya hija! Hoy que me había
animado a salir a la calle. Llevaba casi un mes sin salir de casa y para un día
que me armo de valor.
- Valor, valor es lo que le
falta al novio de ésta, ¡menudo pelmazo!
- ¿Cómo dice?
- Nada Angustias, nada, cosas
nuestras. Mira Ana, casi mejor que lo hayáis dejado porque no es por nada pero
vaya plasta de tío, no puedo con estos teóricos de las relaciones, me dan un
sueño atroz. Coelho, Bucay, Riso, Goleman y toda esa tropa, hatajo de jetas y
cantamañanas. Dos guantás les daba yo
a cada uno de ellos y se les quitaba la tontería rápido.
- Bueno, pues si no se puede
salir yo me vuelvo a casa.
- Sí, sí, vuelva tranquila, no
vaya a ser que coja frío y se acatarre, que luego la tenemos que llevar al
médico nosotros.
- ¿Y a ti qué te pasa? ¿Has
llamado al cerrajero ya?
- Sí, he llamado hace rato,
pero no lo coge nadie ni salta el contestador ni nada. Que me han llamado del
trabajo, dicen que han llevado crusanitos y todo para despedirme, con lo
que zampan seguro que no queda ninguno cuando llegue.
- No creo que te pierdas nada
nena, que serán del Mercadona los crusanitos, ¡eh! A ver si te crees que van a llevarlos de panadería,
que estamos en crisis. Además si es tu último día tampoco es tan grave, ¿no?
Peor sería que fuera el primero, digo yo.
- Claro mujer pero siempre está
bien dejar un buen recuerdo, nunca se sabe.
- Mira el novio de ésta qué
recuerdo le ha dejado. Con la puerta en las narices le ha dado, bueno, es un
decir porque ni eso. Anda mona, vuelve a llamar al
cerrajero que tengo las piernas cocías
ya de estar aquí esperando.
- ¿No se puede salir?
- No.
- ¡Uy qué miedo! ¿Y si hay un
incendio? ¿Y si a algún vecino le da un infarto justo ahora? ¿Cómo salimos de
aquí? Voy a llamar a mi hija que a mí estas cosas me ponen muy nerviosa.
- Llámela, a ver si conoce a
algún cerrajero que esté disponible por la zona.
- ¡Marina! Sí, soy la mami.
Mira, que tenía que ir al médico a buscar unas recetas y me he encontrado que
la puerta se ha muerto. No, no, Álvaro Lapuerta no, yo creo que ese vive
todavía. Digo la puerta del portal, la de la calle. ¿No conocerás a un
cerrajero por aquí? ¿No? Pues nada, no te molesto más hija. Besitos.
- ¿Qué dice la otra de Álvaro
Lapuerta?
- Es que mi hija es periodista
y claro, está muy sumergida en la actualidad política, ¿sabe?
- Claro, es lo que tiene.
- Pues me van a cerrar el ambulatorio
a este paso.
- ¡Mamá! Tengo que hacer los
deberes. No me va a dar tiempo.
- Mira qué responsable nos ha
salido Rachid, siéntate ahí en el banco y empieza a hacerlos majo, que esto va
para largo…
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Idea original de Mª Rosa Frías González. Si tuviera actores que lo interpretaran y se hubiera rodado sería un cortometraje, así son sólo diálogos.
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