Mi respuesta a esa pregunta que me he hecho varias veces desde que empecé a ver la serie ha ido evolucionando igual que lo ha hecho la serie misma. Lo que me enganchó al principio fue el ritmo trepidante y el montaje magistral y el guión. The Good Wife te recuerda desde el primer capítulo a dos cosas: Ally McBeal y el caso de la becaria de Clinton (lo que Nacho Cano llamó en su día el asunto más famoso del mundo después de Jesucristo). Hay guiños a las dos cosas.
Da la impresión de que la serie ha ido tomándose en serio a sí misma, ha ido abandonando poco a poco la sobriedad aparente y la modestia inicial para mostrar su intención de convertirse en una de las grandes series de la década mediante el creciente protagonismo otorgado por ejemplo a la música y creo que esto merece una mención especial: el uso de los ruidos, los silencios y la música se ha ido convirtiendo en una seña de identidad de la serie. La sintonía de The Good Wife, limitada a tres o cuatro notas musicales, se muestra tras unos minutos de introducción al capítulo sobre unas fotos de la protagonista en blanco y negro con una estética que recuerda a las fotos impresas en revistas. Ignoro si hay precedentes de series que hayan llegado a suprimir su sintonía en varios capítulos si la emoción precedente lo requería.
La serie te sigue enganchando por los guiones, la evolución de los personajes, la aparición-rescate de actores como Michael J. Fox, Kyle MacLachlan (Twin Peaks, Blue Velvet) Mathew Goode (Match Point), Jill Hennessy (Crossing Jordan), Pam Grier (Jackie Brown), Dylan Baker (Happiness) o Amanda Peet (Falsas Apariencias). Estoy terminando la quinta temporada y creo que vería sin cansarme veinte temporadas más si las hubiera.
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