Estábamos en clase haciendo
dibujitos, mirando por la ventana, pasando papeles por debajo de la mesa, alguno
habría escuchando la lección. Se abrió la puerta: nos visitaba la hermana
Josefa, una visita sorpresa. Entró en el aula y las expresiones de admiración
explotaron en revuelo considerable, seguro que hubo aplausos también. Era la
monja que mejor cantaba y no nos habíamos tomado muy bien unos años antes su
inesperado traslado a otro colegio. Creo recordar que hubo dos chicas que se
emocionaron, pero ella especialmente, pasaban los minutos y ella seguía
llorando sin consuelo posible. Algunos se reían de ver cómo lloraba, de qué
manera tan intensa y constante. Al final la señorita Elena dijo que si en una
clase había una sola persona que reaccionaba así ante la visita de una antigua
profesora, sólo por eso valía la pena dedicarse a ese oficio, se acercó a ella
y la abrazó.
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